Así queda patente su irremediable gusto por los detalles y acabados, en los que su minuciosidad son su mayor impronta. Sus obras, bien podrían haber sido realizadas durante la Edad Media, ya que parecen formar parte de aquellos manuscritos iluminados, a los que la plata y el oro los suple la magia que los envuelve solamente con tinta o con una gama de color siempre dentro de su propia paleta que hace que, cuando vemos un Morell, sabemos que es un Morell.
Pocos artistas consiguen tener una identidad tan fuerte como la que él posee. Sus obras nos trasladan a otro universo. Cuando dibuja, Francis Morell se convierte en lo más parecido a un Dios al crear nuevos seres con una minucia tan exquisita, que parece que vivieran escondidos entre los papeles sobre los que nos los muestra.
Sofía Martínez Hernández
Propietaria y directora en Galería Léucade
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